Sé que te gustaban las historias tristes. Cada tarde impaciente me esperabas y me perseguías por toda la casa hasta que me recostaba en el sillón. Cerrabas los ojos ensimismado y esperabas a que te contara tu cuento favorito. Siempre pensé que te lo sabías entero. ¿Recuerdas como acababa? Ahora que ya no estoy cada tarde cuando al llegar a casa se lo cuentes a tu hijo me recordarás.