Querida mamá no estés triste. Sé que no estoy bien, porque cuando papá y tú habláis de mí se te saltan las lágrimas. Veo como os abrazáis y como papá te acaricia con toda su ternura. Yo, desde el suelo, os miro embelesado. Me gustaría algún día encontrar a una mujer como tú a la que pueda querer como papá te quiere a ti. Sé que me estoy poniendo muy pesadito, pero ya sabes los hijos únicos somos como los perros verdes, muy raros tan raros que somos dificilísimos de educar. La verdad, no me explico los motivos, pero como tú dirías: “lo natural, es que así sea”. Tú eres la experta. Eres maestra, no lo olvides. Yo nunca llegué a entender tus comentarios sobre los hijos únicos ¡qué le voy a hacer! La vida tiene muchas cosas incomprensibles y más para un niño. Como ves ando divagando como siempre y queriendo componer el mundo, pero no sé cómo. Todo se me escapa.
Sé que, antes de nacer yo, estuvisteis buscando un lugar bonito dónde vivir. Tardasteis tiempo en encontrarlo. Cuando lo hallasteis, decidisteis echar raíces. Ya no queríais ir de un lado para otro. Yo era como ese sueño que siempre se va dejando. Tardasteis tiempo en instalarlos. Os pasasteis semanas desembalando y ordenando un sinfín de cajas repletas de libros y cachivaches. Cuando todo ya estaba en su sitio lo celebrasteis con una velada a la luz de las velas. Durante la cena casi no hablasteis y sólo os mirabais a los ojos. Ocasionalmente sonreíais. Comenzabais a contaros algo y os callabais esperando que el otro prosiguiera, pero ninguno seguía. Os mirasteis a los ojos y papá, cosa rara en él, te dijo “ahora sólo nos falta buscar al meón”. Te hizo llorar. Te sorprendió, porque no le ilusionaba ser papá. Tú sí lo deseabas. Cuando me lo contabas siempre se te nublaban los ojos. Yo para que se te pasara siempre soltaba alguna gansada, esas que te exasperaban, pero evitaban que comenzaras a llorar. Te preguntaba: ¿Mamá ese llorón era yo? Tú movías la cabeza y no me lo aclarabas. Eso me exasperaba. Yo esperaba que me dijeras que sí, pero nunca decías nada. Eso me preocupaba más. Me dabas por pensar que no era único, que podía tener otros hermanos o lo que era peor que me hubierais encontrado en la calle como decía papá. Él se consideraba muy graciosillo, pero yo en ese tema en concreto nunca le encontré la gracia. A vosotros sí os lo parecía. No parabais y menos al verme la cara berrinchuda que ponía. Seguíais con la cantinela de que un día papá había bajado a tirar la basura y junto al contenedor algo berreaba. Al acercarse a curiosear comprobó que era un niño y se lo subió a casa y como nadie lo reclamó al ser algo tan feo y llorón, os quedasteis con él como si fuera un cachorrillo abandonado. Cuando miraba al gato, el consentido de mamá, daba gracias a Dios por la suerte que ambos teníamos al tener una familia que nos quisiera. El gato y yo nos hicimos inseparables, como decía mi abuelo sois uña y mugre. En aquellos años no entendía lo que me quería decir. Yo sólo sabía que el gato me cuidaba cuando tú no estabas. Recuerdo que siempre te preocupaba que me transmitiera alguna enfermedad, pero la que tengo nunca me la contagió. Nos preocupamos mucho los humanos por las enfermedades cuando ellas son consustanciales a nosotros como la salud. Esta disquisición mejor la dejo para otro momento. Ahora no tengo ganas.
Me gustaría poderte decir tantas cosas, pero no sé por donde empezar. Sé que no me lo quieres decir lo que me pasa, pero el otro día te escuché como le decías a la abuelita que el médico había dicho que ya no podía hacer nada más por mí y que ya todo estaba en manos de Dios. La verdad que no son malas manos, aunque me gustan más las tuyas, sobre todo cuando me abrazas y mi cabecita reposa sobre tus hombros. Entonces olisqueo ese perfume que tan rico huele. Me dormiría siempre pegado a ti para olerlo, pero eso es imposible ya que hace unos meses me echasteis de vuestro cuarto. Gracias a Dios te arrepentiste y me dejas que duerma con vosotros la noche anterior a ir a visitar a los hombres de blanco esos que viven en ese edificio grandote donde vamos a que me curen.
Los primeros días fueron muy duros, sobretodo cuando me pinchaban y lloraba desconsolado. Me acuerdo de vuestros gestos, parecía que era a vosotros a quienes se lo hacían. Nunca entendí porqué poníais esa cara de dolor y sufrimiento, si al que le estaban acribillando con las agujas era a mí. Eso tal vez no era lo peor, lo duro era estar en la sala de espera para la quimio. El tiempo, poco a poco, hace que te acostumbres y lo asumas como parte de tu rutina, aunque te aseguro que prefiero otras.
Sé que estoy muy enfermo, pero la verdad es que, salvo este cansancio, no tengo ningún otro síntoma. Desearía ver al médico salir con esa sonrisa tan hollywoodiense y que nos dijera “no sé cómo pero el panorama ha cambiado” para volver a ver tu sonrisa, esa que hace que estés guapísima. Qué pena que papá a veces no la vea, porque seguro aumentaría la familia. No vendría mal. Sería lo mismo que aquella vez que trajiste un gatito cuando el gato ya era mayor. Acuérdate de ese día cuando me desperté y al ver que el gato no se movía comencé a gritar. Tú me tranquilizaste y me dijiste que estaba dormido. No sé porque siempre asociamos a la muerte con la tristeza y la desesperación. Recuerdo que un día me contaste lo que pasaba cuando moríamos. Me dijiste que seguíamos viviendo en otro lugar no muy lejano, pero que ya no usábamos vestidos, ni nos bañábamos, ni nos lavábamos la boca. Eso si que es un alivio, no tener que cepillarse los dientes.
Cuando suceda eso que dijiste a la abuela ya no podré tocarte, ni olerte, ni tenerte para que me arropes, ni para que me beses, ni me abraces. Eso sé que no me va a gustar, por muchos angelitos y querubines que haya. Tampoco podré ver los partidos de fútbol con papá. Lo único bueno es que no tendré que escuchar las canciones que a ti te gustan, ni tendré que ir al colegio. Eso si que estará bien. Lo que si quiero es que cuando yo no esté no te pongas triste. Encargad otro bebé para que os haga compañía y rompa mis juguetes. Sé que nunca ocupará mi lugar, pero te permitirá cumplir tus sueños, esos que se han truncado con esta dichosa enfermedad. Yo te prometo echarte una mano y como en esas películas de ciencia ficción cambiaré los cromosomas para que mi hermanito venga sano. Ahí estaré yo vigilante, ya sabes lo perfeccionista que soy. Te aseguro que el bebé llegará perfecto lo colocaré personalmente en el canastillo de la cigüeña. Sé que también será duro para ti no verme más. No podrás regañarme, pero tampoco perdonarme. Yo no hice las reglas de este juego, pero me gustaría poder hacer trampas y corregir lo inevitable. Sé que es imposible, para qué nos vamos a engañar. Esto es así y no de la manera que nos gustaría. Quiero que sepas que yo me iré a esa estrella que está justo debajo de la luna. Allí estaré todas las noches vigilándote y desde allí te mandaré millones de besos estelares. Cuando te vayas a dormir mándame siempre un beso que yo lo estaré esperando. Cuando nazca mi hermano dile donde estoy para que nunca se sienta sólo y sepa desde dónde le cuido. Si tenéis más de uno no le pongáis mi nombre, no quiero que cada vez que le llames algo dentro de ti se quiebre. Mamá sabes que te quiero mucho. Ahora te pido que te acuestes a mi lado y miremos hacia donde está mi nueva casa. Esa es. Esa que me abre los brazos y yo con tú permiso ya me voy. Adiós mamá no estés triste. Gracias por todo el amor que me diste. Siempre te amaré. Adiós mamá.