LLUEVE EN MÉXICO

    Hacia tiempo que quería ver la lluvia. Ésa que me recordaba el silencio de aquellas tardes que las pasaba mirando cómo las gotas de agua resbalaban sobre los cristales de mi ventana. Allí en mi viejo cuarto permanecen encerrados todos mis sueños. Apresados por los aborrecidos años que aún me hieren cuando los recuerdo. Aún permanecen en mí. Siento que desean alejarse. Se hicieron tan viejos como las destartaladas paredes. Quieren huir y dejarme, pero una pesada losa les impide desvanecerse. Siento que esa carga siempre me acompaña como si fuera mi sombra. Tal vez sea yo el que me resisto a liberarme de ellos. El tiempo hace que tomemos cariño hasta a las cosas más desagradables y más cuando ya forman parte de tu vida. Me gustaría poder volver a nacer para no ser tan estúpido como he sido. Creo que nunca volvería a coger un libro, menos una cuartilla en blanco o una pluma. Intentaría ser como el resto. No intentaría ser distinto. Me alejaría de todo aquello que me hiciera pensar, porque pensar duele y el dolor, al menos para mí, no es una cosa placentera. O al menos hasta hoy no le he encontrado el gusto. Sé que hay gente que busca e incluso paga para que le hagan sufrir. Yo creo que, en esta vida, nunca probaría ciertas cosas; por ejemplo, buscar el placer en el coito con estrangulamientos manuales o con una bolsa de plástico en la cabeza. Aunque me digan que ese instante es muy placentero. He de confesar mi miedo a que con la emoción al otro se le fuera la mano. Es un riesgo que nunca correría. Podría correr otros, pero no ese que no está dentro de mis debilidades. Sé que soy raro, pero no tanto.

    Mi madre decía que los placeres son como los días, que tras uno viene otro y otro, pero lo que más los implementa es su carencia. El deseo de que lleguen se acrecienta en la espera. No conviene olvidar que todo aquello que se tiene, a menudo, deja de dar placer y da paso a la monotonía y, tras ella, al aburrimiento. Cuántas veces tras mantener una relación sexual esporádica miras a la otra persona y te preguntas que hago yo aquí, porqué no me habré marchado hace un rato. La otra persona sin decir nada, seguro, pensará lo mismo. Ambos sonreiréis. Os diréis un discreto adiós y continuaréis vuestros caminos absortos en vuestros pensamientos. Cuántas veces en una relación estable uno se levanta del sillón, deja el periódico sobre la mesa y tras un mecánico beso y un ahora mismo vengo, sale a la calle y siente como si la vida otra vez le acogiera en su seno. Ves que la gente ríe o llora, pero no se mantienen indiferentes como si fueran personajes huérfanos y vacíos de una obra sin argumento. Esperan que alguien les dé pie. Tú intentas encontrar entre la muchedumbre alguna persona que te insufle vida, pero no encuentras nada más que cagadas de perro que hacen que vomites. Esa catarsis te hace ver que no tenías la verdad, que la volviste a fastidiar. Te habías jurado que nunca más volverías a cagarla y mira por donde estás dónde siempre, en el comienzo, en el punto de partida, otra vez dispuesto a intentarlo, como si la vida fuera para ti un continuo principio. Lo malo es que llega un día que es el final y siempre nos pillan a la gran mayoría intentando emprender algo que, día tras día, pospusimos. Al final, siempre nos queda algo pendiente de conseguir. Lo bueno es no agobiarse por ello. Además, nunca debemos esperar a que alguien nos dirija y nos dé las pautas de cómo funciona la vida. Lo importante, es ser capaces de ingeniártelas y de construir tus propios caminos, te lleven donde te lleven. A veces, el azar juega un papel fundamental en ello. Nadie que no cometa más de una locura en su vida, podrá decir que ha vivido. Lo que sucede es que, cada vez que pasan los años, nuestros compañeros de viaje se vuelven más calculadores y empiezan a mirar los pros y los contras de sus decisiones. Eso les hace ser más felices porque creen que tienen todo controlado, pero se olvidan de las casualidades. Buscan las causas y se olvidan del azar. Su dicha reside en no moverse y en ser meros muebles para que su inmovilidad les permita seguir siendo lo que son y no dejar de ser lo que desean ser. Si los vemos pasear siempre van mirando los escaparates y como si fueran maniquíes esperan que la vida les cubra con sus propios desasosiegos. Algún día cuando sean mayores tal vez les oigas decir porque no hicieron esto o aquello, pero ya no podrán hacerlo, su tiempo y ellos habrán expirado. La rosa sólo perdura su plenitud breves instantes; luego se marchita. Ese momento, si no lo aprovechas, nunca vuelve y si no la haces tuya perderá su belleza. Cuantas veces habremos visto algo y habremos dudado si deberíamos poseerlo o no. Al tiempo decidimos que sí nos interesa, pero ya no está. Alguien ya se lo llevó. Cuando esto ocurre siempre nos recriminamos no habernos decidido, pero cuando lo hacemos es demasiado tarde. Ya no tiene razón de ser. Hemos de aprender que ese preciso instante nunca más vuelve y por ello nunca lo deberíamos haber dejado pasar. Más vale equivocarnos y arrepentirnos que no intentar conseguir lo que en verdad deseamos.

    Llueve y la lluvia enrarece el aire. Se vuelve eléctrico. Te miro y te beso. Sé que no sabes el porqué de mi sonrisa. Nunca te lo diré. Dejaré que tú pienses lo que quieras. Cuando un día ya no esté a tu lado y abras este cajón que guardo bajo llave, descubrirás estas hojas que para ti escribo. Ese día sabrás lo que significa mi sonrisa. Nunca antes.

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