LUNA DE FIERAS
Era tarde y las calles estaban casi vacías. Todo el mundo estaba resguardado en sus casas. La policía parada en las esquinas esperando a quien sacarle unos pesos. Era una noche de mayo. En el cielo lucía una enorme luna de fieras. Empezaba ya a hacer calor y el olor a carne asada invadía las calles. La gente celebraba en sus casas la quincena y el no tener que ir a trabajar. Les habían dado vacaciones por así decirlo. Habían cerrado todas las dependencias de Gobierno, las escuelas y las tiendas. Los niños recibían clases a través de videoconferencia. Era una noche rara. Los expendios cerrados y mirando de reojo a las chelas que aún quedaban en el frigorífico. Eran pocas y el compadre mínimo un six se echaba para matar el pinche calorón que le ahogaba cuando llegaba a la casa.
Vivíamos a las afueras en una casa lejos de la ciudad. Un ranchito pequeño donde había nacido mi esposa. Allí su padre construyó una casona como Dios manda, con sus soportales y su espléndido patio, lleno de frutales. No podía faltar el limonero. Decían los chinos que una casa sin un limonero nunca podría llegar a ser el hogar ni de una familia ni de nadie que estuviera en su sano juicio. Creo que lo primero que hizo fue plantar el limonero antes de construir la casa. No le conocí, pero una vez se lo pregunté a mi compadre y me lo afirmó taxativamente primero fue el limonero. Mi suegra levantó las cejas y dijo: “lo dijo Blas punto en boca”. Ella era muy prudente, nunca decía nada si no la preguntaban. Era poco curiosa, conmigo se llevaba como uña y mugre. Nunca dejó de apoyarme aunque tuviera que ningunear a su hija. Ella pensaba que con quien debía llevarse bien era conmigo. Al fin y al cabo su hija siempre estaría y yo, si me enfadaba, podía tomar carretera y manta. Además estaba muy preocupada porque era la mayor de todas sus hijas y la última que se le casó. Era la quedada y bien sabe Dios porqué. Era de armas tomar. Tenía un carácter un tanto peculiar. Eso sí muy buena mujer, pero muy difícil de encontrarla el punto. Siempre creí que cuando la fabricaron se les debió de quedar alguna pieza sin ponérsela. Ésa era justamente la que la hacía tan diferente. Si sabías cómo no escucharla, podías sobrellevarla. Lo malo era si caías y la hacías caso. Tarde perdida, ya que sabías cuando empezaba el rosario, pero no cuando acababa. No sé para que les cuento esto. Estoy preocupado porque no haya suficientes cervezas. Además con esto de la ley seca son difíciles de encontrar y además carísimas, por una charola pedían mil doscientos pesos. Están locos, pero no me quería arriesgar y llamé a mi compadre. No contestaba y eso me extrañó. Volví a marcarle y nada. Me abrí una bien fría y me acerqué a dos cuadas a un aguaje. Al llegar hice fila, parecía el banco en quincena. Cuando me tocó estaba el chino Genaro despachando. Nada más verme me dijo:
– Sólo tengo charolas para jotos.
– Y para los normales no tienes o qué -le dije.
Él con esa media sonrisa pícara me contestó:
– Hoy ya se me acabaron. Se te adelantaron, sorry.
Entonces le dije:
– Pues un día es un día y además quien se va a enterar.
– De qué -me dijo riéndose.
– Pues de eso.
– Ni que llevarás los focos encendidos –susurró sonriendo.
– No te entiendo pinche chino. Por tu pinche raza tengo que venir a ver tu puta jeta -Se rió y dijo sin importarle nada:
– El siguiente.
– ¡Qué siguiente! -le grité. Me atiendes o me atiendes.
– Sí como no, aquí tienes tu charola. Me das los mil trescientos pesos y te me pelas. OK.
Me le quedé mirando y le tiré los billetes a la cara. Me fui para el carro y escuché como me gritaba:
– Me vale verga cabrón.
Nunca iba a comprarle, pero venía el compadre y tenía que tenerle sus cervezas y su quelonio estofado al modo de la Reforma. Mañoso era hasta decir basta, pero yo le quería como ese hermano que nunca tuve. Al llegar a la primera cuadra veo una patrulla que me da el alto. No si hoy me ha meado un perro verde. Primero el chino y ahora estos hijos de la chingada, que están tiesos y quieren su mordidita. El más viejo se me acerca a la ventanilla y lo primero que me pregunta:
– ¿Ha tomado alguna cerveza? -sonrío y le digo:
– Señor agente, primero buenas noches. Cómo se cree usted que con la ley seca me podría atrever a tal desatino.
– Es usted poeta o me está botaneando -me escupió el tamarindo.
– No para nada oficial –le dije.
– Licencia y documentación del carro -oía su voz como si escuchara a mi mujer. Eso es, sin hacerle ni puto caso. Noté por su cara que se estaba poniendo tenso y sin esperarlo gritó:
– ¡Salga del coche! -según salía me hizo girarme bruscamente hasta que me estampó contra el lateral del coche.
– Esta bolsita que lleva en su bolso que es.
– No lo sé -contesté.
– O sea que no lo sabe.
– No, no lo sé señor agente.
– Me va a tener que acompañar a no ser que lo arreglemos de alguna manera. Ya me entiende. Hace mucho calor en esta tierra. Ya sabe usted cómo va esto. Me vendrían francamente bien unas cocas bien frías y unas enchiladas de suelo. No cree usted que estaría mejor yéndose a su casa y yo a comer esas enchiladas -sonrió y volvió a agitar la bolsita delante de mis ojos. Se rió y me dijo:
– ¿Usted no será licenciado?
– No -le respondí- soy un simple maestro que me dedico a desasnar a niños para que no lleguen a ser policías como usted -sonreí y noté como algo frío y duro me apretaba a la altura del riñón derecho. Era su fierro. La cosa no se ponía bonita. Era hora de cambiar de partitura y le dije:
-Mire amigo aquí le doy este billete y ahí lo dejamos -soltó una estruendosa carcajada y como si estuviera fuera de sí me dijo:
– Esta miseria. Usted cree que por quinientos cochinos pesos le hago el favor de no llevarle ante el juez por posesión y quién sabe si no lleva algo más bien guardadito en el coche.
– Mire oficial dígame usted cuánto y acabamos con este mal sainete.
– ¿Cuánto llevas? –me preguntó de malas maneras.
– No dígame cuánto –le dije.
– O sea que no me quieres decir cuánto llevas en la cartera. Eso es que llevas mucha lana ¿o no maestro? Mira, para hacértelo breve, por menos de cinco mil pesos no hay trato. Mis compañeros en la Jefatura me dicen que soy mago porque hago aparecer algo de la nada y creo que en la guantera llevas un paquete con cerca de cuarto de kilo de polvo blanco que yo le echaré una gotitas de este frasquito cuando lleguemos a la comandancia y se pondrá azulito. Entonces cantarás bingo y menos de cinco años no te los quitará nadie ni el mejor licenciado.
– Bueno ahí van para que se tome esas enchiladas de suelo, sólo que en vez de chorizo que le pongan camarón y callo – le comenté sarcásticamente.
– Usted es muy gracioso ¿no?
– No oficial -contesté un poco más sumiso- Si le parece, usted me entrega mi licencia y mi tarjeta de circulación y yo le entrego los cinco mil pesos. Además le regalo la bolsita por si le sirve para otra detención ya que yo no consumo. Me parece que así lo ajustamos si le parece.
– Quedamos a la par maestro.
– Si oficial -contesté.
Cuando se dio la vuelta hacia la patrulla. Le grité:
– Perdone oficial no he sido sincero con usted.
– A poco, no ha sido sincero conmigo.
– No.
– Pues que se calló amigo.
– Que me salió usted muy barato. Se le olvidó mirar que llevo en la cajuela. Si hubiera checado hubiera visto que iba llenita de vicio. Fácilmente habrá como cuatro six que si me las hubiera visto me las hubiera requisado y yo no podría haber cumplido con mi compadre y eso sí le hubiera enfurecido no mucho, muchísimo.
– A poco – me contestó.
– Sí, oficial. Además le daré su nombre y su número de placa. Seguro que mañana o pasado le visitará para que me devuelva la feria. No se la gaste. Es un consejo.
– Me vale verga quién sea su compadre y quién sea usted.
– Está bien señor agente. Bonita noche y que no se le indigesten las cocas y ni las enchiladas.
En ese justo momento sonó el celular. Era mi compadre.
– Con permiso voy a contestar –le dije al tránsito.
– Si adelante- me dijo sonriente.
– Compadre vine a comprarte unas chelas y me ha parado una patrulla que me ha sacado cinco mil pesos, pero libré sus cervezas.
– ¿Dónde estás?
– En el crucero a dos cuadras de casa.
– Ahorita arrancamos para allá. Pásame a ese hijo de su retechingada madre.
– Oficial mi compadre quiere saludarle.
– Bueno con quien hablo.
– Con el que cogió con tu chingada madre.
– Un respeto que soy la autoridad.
– Ya les veo. Ahorita les caigo en un minuto y me lo explica. Así veo que salió de aquella chingada puta que me cogía y que se ponía hasta las nalgas de perico.
Pararon cuatro camionetas doble cabina y de la segunda bajo mi compadre.
– Vengo a por cinco mil pesos que creo se le cayeron a mi compadrito y usted se niega a dárselos. ¿No es así oficial?
– Si así era, pero ahorita mismo patrón se los devuelvo y perdónenme este error.
Rezando no sé que plegaría me los dio y se fue.
Mi compadre y yo nos fuimos para casa. La carne gracias a mi güera no se había quemado. Abrimos unos botes bien helados y dejamos que las tortillas se doraran en las brasas hasta casi ennegrecer. Al rato llegó un grupo norteño. Se echaron unas veinte canciones. Ya amaneciendo desayunamos un sabroso menudo. Mientras despedíamos a la luna y veíamos como el sol nacía en esta tierra donde nunca sabes con quién estás hablando y menos si hay luna llena y ley seca.
Hermosa historia pegada a la realidad, la ventaja de los pueblos pequeños tienes muchos amigos que llegan en el mejor momento crucial 😊
Muchas gracias Blanca. Es la verdad lo que dices. Saludos