Carlos era una persona de las que llaman tóxicas. Todo lo que estaba a su lado sufría una inexplicable transformación. Nada conseguía crecer y desarrollarse con normalidad. Durante un verano conoció a una chica extranjera en su ciudad natal. Había ido a realizar unos cursos de postgrado en la universidad. Carlos era un ser solitario no tenía ni perro ni gato y menos amigos. Su cabeza estaba poblada más por sueños y quimeras que por realidades. Era un niño de catorce años en un cuerpo de más de cuarenta y tantos. Ella que nunca había sido madre con él desarrolló su instinto maternal. Le trató más que como a un hombre como a ese hijo que nunca había tenido. Carlos se dejó querer. Ella cuando acabó el curso le invitó a que la acompañara a su país, claro está a gastos pagados. Se podría decir que ambos encontraron el amor. Carlos fue el más beneficiado ya que esta mujer le iba a solucionar su vida. El no tenía dinero y lo que es peor ni las ganas de trabajar para conseguirlo. Siempre había soñado encontrar una mujer que le mantuviera. Ella, por el contrario, si era hija de una adinerada familia. Clara dada su posición tuvo muchos pretendientes todos hijos de las mejores familias de su ciudad. Ninguno le interesó. Conocía de sobra como eran los hombres de su tierra, los había conocido muy de cerca. Tanto su abuelo como su padre tenían regados multitud de hijos. Ella no quería en su vida un hombre así. Ella deseaba uno que se sintiera muy niño para así irle haciendo a poquitos a su medida. Ella se veía como una nueva Pigmalión. Sabía que con sus mañas conseguiría esculpir en Carlos al hombre de sus sueños. Ella pensaba de veras que tras muchos años de espera había llegado su gran amor. Daba gracias a Dios a diario por ello. Tras un fugaz noviazgo se casaron. Ella no escuchó a sus padres que le advirtieron que no les parecía el hombre más indicado. Ella en un acto de soberbia les dijo que eran unos viejos egoístas y lo que querían es que ella no conociera a nadie y que se quedara para vestir santos. La verdad es que sus padres ya habían casado a todos los varones y les gustaba la idea de que Clara se quedara soltera, así cuando fueran mayores ella se encargará de cuidarles. Algo de razón no le faltaba. Ella sabía que ya era mayor y que ya no estaba para andar en la sudadera de manos. Lo tenía muy claro, sin encomendarse a nadie tomó la decisión más importante de su vida. Se casó en la Catedral. El obispo, amigo de la familia, fue quien cumplió el trámite. Tras un breve viaje de novios regresaron a la ciudad, ella para atender sus asuntos profesionales y él para aparentar que intentaba encontrar algún trabajo donde ocupar su tiempo. Carlos no deseaba encontrar ni por asomo un trabajo. Todos tenían algo que no le gustaba. Dado que tenía que elegir una ocupación prefirió sus cigarrillos y sus güisquis derechitos. Todos los días se salía al patio de la casa y en una mecedora se sentaba a pensar y a componer el mundo. No hizo ninguna amistad y sólo acompañaba a su mujer a todos los eventos y fiestas. Los amigos de ella le recibían al principio bien dada su condición de rara avis y también por curiosidad. Poco duró el encanto y muchos amigos empezaron a desligarse de la pareja. Ella poco a poco comenzó a sentir que Carlos no era como se lo había imaginado. Donde iba era como un tornado, no dejaba a nadie indiferente. La hospitalidad de sus amigos hacía que ella no se sintiera tan sola. Poco a poco empezaron a distanciarse ante las insoportables actitudes de Carlos. Ella veía que sus amigos la buscaban pero cuando intentaba sumar a Carlos escuchaba el consabido “mejor nos vemos nosotros y así hablamos con más libertad”. Carlos nunca se integró en el país que le recibió con los brazos abiertos sino que además se prodigaba en continuas críticas a los usos y a las costumbres autóctonas. Eso, la verdad, molestaba bastante a los amigos de Carla junto con sus actitudes prepotentes. Aparentaba como si proviniese de una familia adinerada. Más bien todo lo contrario, era hijo de una portera de un barrio de postín. Su vida desde niño fue siempre muy modesta y ajustada. Tras tanto desbarrar un día un amigo de ambos en una fiesta le recriminó “si esto no te gusta por qué no te vuelves a tu país” fue la última conversación que tuvieron. Al poco tiempo un cáncer fulminante se llevó a Carlos. Su mujer desconsolada lloraba y lloraba. No hallaba consuelo. Un día la asistenta no aguantó más y le espetó “Señora no llore más. El señor no estaba a gusto acá en este mundo, apenas allá estará bien”. Este comentario fue mano de santo. La viuda dejó de llorar y conoció a otro hombre que la hizo por primera vez en su vida feliz.