Hace tiempo ya que no hablamos de nada. Sólo nos miramos y nos vemos como extraños. Hemos cambiado tanto desde hace seis meses que, a veces, pienso que ya no nos conocemos y eso que llevamos juntos más de veinte años. Sí, no me mires con esa carita que me destroza y me deja sin palabras. Sí, Julio, llevamos juntos desde que salimos de la facultad, no oficialmente tienes razón, pero sí de hecho. Salíamos como amigos sin derecho ni siquiera a roce. Eso sí, cuando todos se iban nos quedábamos horas y horas sentados en un banco frente a la casa de mis padres. Ahí, más de un día, vimos amanecer. Lo peor era cuando salía tu padre camino del trabajo y con su sorna nos decía “no les parece que ya es hora de que cada uno de ustedes se vaya a su casa” Nos reíamos tanto y se nos hacia todo tan fácil. Que más de una vez sin dormir nos íbamos a desayunar al bar de la esquina y mientras mojábamos esos aceitosos churros, pero tan sabrosos en el café, seguíamos componiendo el mundo. Te acuerdas cuando decías que el país no tenía solución y que nosotros éramos los encargados de cambiar el mundo. Recuerdo todos los planes que hacíamos. Ahora cuando lo rememoro veo como desperdiciamos nuestra vida con tanta palabrería. Me hubiera gustado haber hecho más cosas. Me acuerdo de aquella vez que nos fuimos con la ONG, Médicos Sin Fronteras, y estuvimos cerca de un año en África. Tú decías que no tendrías ningún hijo mientras hubiera un solo niño que no tuviera acceso a una comida digna. Era tanta la miseria que vimos que no entendíamos como unos podían tener tanto y otros tan poco. Recuerdo las horas que echábamos viendo a los enfermos, se nos pasaban volando. En aquellos años nada nos importaba más que salvar la vida de aquellos pobres seres humanos abandonados de la mano de Dios. Estuvimos casi dos años en África. Regresábamos cada año en vacaciones para ver a nuestros padres. En aquellos años aún éramos amigos. Te acuerdas, tú tonteabas con una danesa, por cierto muy guapa. La verdad es que me moría literalmente de celos. Cuando la veía llegar si hubiera tenido una máquina que la hiciera desaparecer como en las películas la hubiera esfumado. Hubiera pulsado sin ninguna dilación el botón, pero ella, además de guapa, era tan inteligente, tan solidaria, tan inmensamente rica. No he olvidado aún cuando vinieron a verla sus padres. Ese día nos enteramos de que era la hija única de una de las más grandes fortunas danesas. Lo tenía todo. Yo te miraba y veía como te ibas enamorando de ella como un colegial. Era duro ver como poco a poco te ibas alejando de mí. Ya sé, es difícil de entender que me enfadara, cuando sólo éramos simplemente buenos amigos. Siempre me recordabas eso amablemente, pero eso no quitaba que fuese tu paño de lágrimas y me contarás todos tus avatares. Te veía tan feliz que deseaba que todo saliera bien y que al final pudieras enamorarla. Ella estuvo contigo bastante esquiva y por más tonterías que hacías para llamar su atención no te hacia el mínimo caso. Lo extraño fue que, poco a poco, se fue acercando a mí. La verdad no sabía si se acercaba porque yo era tu amiga y buscaba en mí una aliada para poder seducirte. ¡Qué inocente era! Su único interés era coleccionar amantes, pero no masculinos. No he pasado más vergüenza en mi vida que ese día. Tras vacunar a unos niños me aprehendió la mano y mirándome a los ojos con su más linda carita me dijo “me gustas mucho” Yo que iba a pensar que una mujer se iba a fijar en otra mujer para tener algo más que una buena amistad. Le contesté “tú a mi también me gustas” Vi cómo le brillaban sus ojos y hete que se viene hacia mí y planta sus labios sobre los míos. La verdad Julio me quedé paralizada. Sé que eso te divirtió con los años, aunque en esos momentos juraste y blasfemaste más de lo imaginable. No supe que hacer y cuando ella prosiguió intentando pasar algo más que los labios sobre mis labios me eché hacia atrás y ella me miró sorprendida. Sólo dijo pensaba que eras lesbiana. Y yo le dije no española. Ella se rió y se disculpó. Como si su reacción fuera la más normal. Cuando me enteré que era ser lesbiana me sentí más tonta de lo que ya me sentía, pero entendí su sonrisa cuando le conteste yo española. La verdad, Julio, lo que no he comprendido porqué cuando querías que me enfadará me decías “yo española”. Fue una experiencia que nos hizo reír en un principio, luego tú la olvidaste y a mí siempre me quedó la duda. No me dio asco, pero tampoco sentí nada, pero cuando me diste mi primer beso al regresar de África. Ahí sí supe que mi camino estaba a tu lado. Comenzamos la especialidad en Madrid. Alquilamos un bajo cerca del retiro y poco a poco lo fuimos decorando, lo hicimos tan nuestro que nos costó trabajo cuando tuvimos que dejarlo. Ahora que rememoro siento aquellos años que fueron los mejores de mi vida. Los extraño. Teníamos dos habitaciones para cuando venían tus padres o los míos, vieran que sólo compartíamos la casa. Creo que nunca se lo creyeron, pero fueron inteligentes y nunca dijeron nada. Hace unos años cuando nació Luisa tu madre se quedó toda la tarde conmigo y me confesó que siempre lo supieron, pero que como desde niños íbamos juntos a todos lados lo incomprensible hubiera sido que no hubiéramos terminado juntos. Ellos siempre lo tuvieron más claro que nosotros. Cuánto sufría cuando te veía con todas esas novias que tenías, pero cuando volvías y me decías que habías roto me hacías muy feliz. Ahora, Julio, te veo en esa cama entubado y despertándote a ratitos, pero aunque sigas dormido yo te sigo hablando. Seguro que piensan que estoy loca y no les puedo negar que, un poco, sí lo esté. Ya sé que como psiquiatra que soy aunque sea sólo por el roce con los pacientes algo se me habrá pegado. Me da igual lo que piensen, lo seguiré haciendo mi amor porque esto sí tiene más sentido para mi, que ir a una lápida a contarle algo cuando ya no estés. Ahora aún te puedo tocar y besar. Me he hecho una experta en sortear el tubo y morderte esos labios tan sensuales que Dios te dio. Ahora el médico me dijo que era cuestión de horas. Por esos vinieron Luisa y Carlos para darte sus últimos besos y abrazos. También estuvieron tus padres y mis padres. Les pedí que me gustaría estar a solas contigo, como siempre estuvimos los dos juntos. Julio, nos hemos pasado toda nuestra vida esperando, pero te puedo decir que nunca se me hizo larga la espera y menos cuando me abrazabas o me ponías la mano sobre los hombros. Ahora que es nuestra última espera me gustaría poder contarte tantas cosas que no sé por dónde comenzar. La primera que doy gracias a la vida por que te puso en mi camino. Soy médico porqué tu lo ibas a ser y desde pequeños fue nuestro mundo. Fui tu mujer por que tú me lo pediste, aunque siempre lo esperé. Fui poco niña ya que siempre me gustó subirme a los árboles, pescar, cazar ranas, jugar al futbol … Todo, como decían en casa, puro macho, pero no era por eso, era porque si hubiera estado con las comiditas, las muñecas, … No hubiera podido estar a tu lado como deseaba. Tuvimos familia porqué tú lo decidiste. Cuando volvimos de África sabia que era difícil que cedieras y rompieras ese juramento que te hiciste, pero no me importaba tú eras mi niño, mi hombre, mi marido, mi amante, mi padre. Lo eras todo. Gracias a Dios decidiste darte la oportunidad de ser padre. Gracias a ello tuvimos a Luisa y a Carlos que serán los que mantendrán vivo tu recuerdo. Nunca tuve intención de dejarte ni cuando conociste aquella residente en el hospital con la que tuviste una aventura al cumplir los cuarenta y cinco. Te entró eso que les entra a la mayoría de los hombres la inseguridad de ya no ser joven. Lo pase mal, pero me acordaba de aquello que me decía siempre mi madre “hija si va a ser para ti, será; si no ni te preocupes”. Eso hice. Sabía que no dejarías por nada nuestro hogar. Era un desahogo. Una reafirmación de tu hombría, pero nada más. Además ya el caballo no era potro y le costaba muchas veces encaramarse. Ella tan joven y tan deseosa. La verdad es que duró lo justo y regresaste a la normalidad y ahí se quedó. Nunca hablamos de eso, ni tampoco de otras historias. Son secretos que nos llevamos a la tumba, pero ahora que tú vas para allá te los comento para que veas que no soy tonta. Me gustaría que dentro de un rato despertaras, te quitaran ese tubo y te dejaran tranquilo. Sé que me dijiste más de una vez que si esto pasaba que no se te alargara más la vida. Eso le dije a tu amigo y compañero de servicio, pero me comentó que el no lo iba a hacer y que a él si algún día le pasara seguro que tú tampoco se lo harías. Siento no poder complacerte en ello. La verdad es que no tienes dolores mi amor están controlados con la medicación. Ahora todo depende de ti. Debes decidir si ha llegado el momento de partir o no. No tengas ninguna prisa, ya sabes que mientras hay vida hay esperanza. La verdad amor que esta extendido, pero porque no puede haber un milagro. Sé que tú no crees en esas ridiculeces, pero yo sí; aún así también te amo. Lo bonito de nuestro amor es que siempre nos respetamos y cada uno fue lo que quería ser. Nadie tenía que fingir y menos ser quién no era. Ahora amor me gustaría poderme meter contigo en la cama y abrazarte. Sentir tu calor y como vibras aún. Lo voy a hacer. Lo más que puede pasar es que venga una enfermera y me regañe. Ya sabes que por un oído me entra y por el otro me sale. Así ves que a gusto estamos, de esta manera podremos hacer realidad nuestros sueños. Sabes que siempre cuando escuchábamos la canción me gustaría morir entre tus brazos, decimos al unísono mejor como mueren los quelonios. Si alguien me estuviera oyendo pensaría que estoy loca, pero yo les diría que sí, de amor, por ti. Ahora parece que se me vienen parte de las letras de las canciones que nos gustaban. Te acuerda de aquella que decía me enseñaste a vivir, pero no me enseñarme a vivir sin ti. Espera aún, Julio, allá vas a estar una eternidad. No tengas prisa. Sólo quiero darte las gracias por haber sido mi compañero. Te confieso que he sido la mujer más feliz del mundo y que te dejo libre para que te vayas. No te retengo mi amor. Vuela y sé libre. Eso si cuida de nosotros. Sé que no tengo que pedírtelo, pero ya sabes lo enfadosa que soy. Nunca dejaré de pedirte que nos ayudes, como si nunca te hubieses ido y siguieses a mi lado.