– Hola chico guapo-
Una voz muy conocida me saludo. No reconocí su cara. Tenía cierto parecido con una vieja amiga, aunque ahora lucía una melenita negra. Yo la recordaba con su larga melena rubia y con su cigarrillo entre los dedos. Era ella no cabía duda. La insoportable enfermera que durante algunos años destruyo mi vida. Gracias a que nos separamos, sino hubiéramos acabado haciéndonos añicos el uno al otro. Éramos lo que se podía llamar almas antagónicas, lo blanco y lo negro. Sin ganas le respondí:
– Chico guapo no, resultón ya sabes.
– Cuanto me hubiera extrañado no oír de ti esa respuesta y eso que hace más de quince años que no la escuchaba. No has cambiado para nada sigues con la misma cara eso sí con más arrugas, pero con la faz aniñada de siempre.
– La verdad –respondí- es que no me puedo quejar y como diría un amigo mío el dinero que he gastado en cremas ¿Qué ha sido de tu vida chica maravillosa?
Ella sonrió y cómo no sacó de su bolso el paquete de tabaco para encender un cigarrillo. Educadamente exhaló el humo hacia otro lado, antes me lo hubiera echado a la cara para molestarme. Ahora tal vez tuvo miedo y lo echó sobre su costado derecho. Me miró con su pícara sonrisa y tras un largo suspiro. Empezó a contarme:
– La vida me ha tratado duro, mi mamá se hizo muy mayor y como era de esperar y con su carácter tan insoportable que tenía se le acrecentó y tuvo una vejez muy dura y muy posesiva. Eso siempre lo fue ya lo sabes, pero con los años se le incrementó. Eso me provocó una serie de tensiones y como dicen los neuropsicólogos me provocó un estrés que desembocó en un cáncer del que me tuvieron que tratar durante cerca de diez años pero al final consiguieron que remitiera y ahora estoy aquí contándolo. Perdona que me ría, pero no sabes lo mal que lo pasé. Estuve sola sin nadie que me ayudará. Al principio con la novedad todo el mundo se ofrecía para acompañarme a las quimios y a la radio, pero, poco a poco, la gente al ver que se alargaba, empezaron a desaparecer con las excusas consabidas sus maridos o sus hijos o el trabajo. Cualquier motivo era bueno. Yo lo entiendo era mi problema. Yo tenía 43 años y nadie tenía la culpa de que yo no tuviera a nadie en mi vida. Así que al segundo año me armé de valor, ya que no quedaba de otra, y solita encaré todo el proceso. Alguna vez estuve tentada a llamarte, pero no me atreví. Nuestra relación se acabó y como siempre me dijiste cuando terminemos nunca más te llamaré. Aún me acuerdo de lo que me decías que debería responderle a quien ocupase tu lugar y me preguntara por ti. Recuerdo todas aquellas zarandajas que como una retahíla siempre me repetías. La verdad que pensaba que nunca me ocurriría, pero sí hubo ese alguien que me ayudó a olvidarte. Procuré no mentirle y eso si que te lo agradezco, aprendí a callar y a no mentir. Aprendí que el silencio no hiere como la mentira. Me hubiera gustado llamarte para que me hubieras acompañado como siempre lo hiciste durante los años que compartimos nuestra vida. Más de diez años ¿no? –asentí con la cabeza- la verdad que cuando uno recuerda con la distancia que dan los años, uno sólo retiene los bellos momentos. La verdad es que los tuvimos y fuimos muy felices. Creo que siempre te acusé de inmaduro, pero al final descubrí que la inmadura era yo. Vivía en una nube en la que mis padres me habían creado y nunca vi el mundo cómo era. Yo nunca había trabajado hasta que acabe de estudiar Enfermería y luego tampoco tuve que esforzarme mucho. Pronto me salió trabajo de interina y sin oposición sólo por dominar la lengua vernácula de mi Comunidad. Luego pasaron los años y te conocí a ti en las calles de Lisboa. Tú ibas solo y yo con unas amigas. Nos enseñaste muy bien Lisboa la Nuit y siempre pensé que ibas a por mi amiga la más pija y mira por donde mi sorpresa. Era tras de mí de quien ibas. Lo hiciste muy bien. Nos escapamos a Sagrés y vivimos un tórrido romance vacacional. Era eso, un rollo de vacaciones. Tú vivías con tu novia. Ella se fue con sus padres a la playa y tú a pescar a la otra punta del mapa. Nos volvimos locos durante esa semana. Nos despedimos con lágrimas y con un ya nos veremos. Nunca esperé que me llamaras, pero a finales de junio descolgué el teléfono y me sorprendiste al preguntarme que iba a hacer en vacaciones y la verdad que no había pensado nada. Me dijiste de ir a México. No quiero mentirte, lo dudé un poco, pero al final me decidí. Allí nos fuimos nos recorrimos la parte occidental del país y vimos todas las ruinas de México y Guatemala. Fueron unas vacaciones llenas de alcohol, tabaco y cogedera. Fueron tan intensas que teníamos ganas de llegar y de decirnos adiós esta vez de veras. Descubrimos que no nos aguantábamos. Tú te quedaste en Madrid para celebrar tu cumpleaños con tus padres y tu novia. Yo regresé al norte, a mi plomizo y reparador norte. Pasaron los meses y llegó la época de la caza. Me llamaste una vez que ibas a un coto de Burgos y que si quería nos podíamos ver. Dubitativa y curiosa acepté. Así surgió de nuevo el calor y así pasamos todos los fines de semana que duró la temporada de caza encerrados como conejos en su madriguera. Cada semana nos guardaban la misma habitación. Sé por un amigo tuyo que cuando regresabas siempre parabas en Lerma para comprar alguna perdiz y algún conejo. Me sentía muy a gusto y no me suponía ningún sacrificio. Lo malo fue cuando te descubrió la niña bien y te dejó. Ese fin de semana se me cayó el mundo a los pies. Ahora que hacía. Era feliz teniéndote a ratitos y cuando podías. De repente todo cambió me tenía que quedar con todo el paquete. Te confieso que unas cuántas veces había rogado que eso pasara y ahora que sucedía no me encontraba tan feliz como yo me imaginaba. Cambié mi querido norte por el centro. Me presente a las oposiciones a la Comunidad de Madrid y obtuve una plaza. Nos fuimos a vivir juntos. Mi tozudez de no tener hijos hizo que un día tú me dijeras que tú si querías y que deseabas ser padre y no abuelo. Te dije que muy bien y me enfadé. Te grité y tú educadamente me invitaste a salir del coche y me dijiste que fuera al día siguiente a recoger mis cosas, que tú hasta allí habías llegado. La verdad, sí puedo decir que eres un hombre de palabra. La cumpliste a rajatabla, nunca más me volviste a llamar y menos a buscarme. Yo cuando regresé a por mis cosas quise pedirte perdón y esas cosas, pero sabía, y en eso las mujeres no nos equivocamos, que la cuerda se había roto y no tenía compostura. Así que deambulé por pisos alquilando habitaciones, luego un apartamento pequeño cerca del hospital y empecé a buscar algo que me gustara. La verdad encontré mejores amantes que tú, pero nada más. Eran relaciones pasajeras a las que no les gustaba anidar. Así pasé un tiempo. Nunca volví a encontrar la estabilidad que nosotros tuvimos. Empecé a idealizarte hasta que mis amigas me pusieron negro sobre blanco y comprobé que tú tampoco eras ninguna joya. Luego llegó la vejez de mi madre y su famoso ya te lo decía yo. Aquellos años fueron de mucho estrés y de muchas complicaciones, hasta que un día mi cuerpo empezó a somatizar y acabé volviendo a tener problemas donde siempre lo tuve en las cuerdas vocales. Se me reprodujeron los pólipos, ya no fueron benignos como cuando aún vivíamos juntos. Empezaron con la extirpación de ellos, luego las quimios, la radioterapia y las prohibiciones. Estuve cerca de cinco años sin fumar y cuando me encontraba mejor volví y ahora parece ser que todo esta controlado desde hace tres años. Sigo fumando, ya sabes soy incapaz de dejarlo. Sé que de algo hemos de morir y parece ser, que con lo terca que soy, ese será mi fin, pero ya sabes hierba mala nunca muere. Vaya parrafada que me acabo de echar.
Yo me la quedé mirando. No sabia que decirle. Me di cuenta que la vida nos hace que vivamos, queramos o no, todo aquello que teníamos predestinado vivir. Me di cuenta que si hubiera seguido con ella la experiencia de un cáncer la habría vivido igual, pero con un resultado distinto, pero igual de duro. Me sonreí y ella se me quedó mirando y me preguntó:
– ¿De qué te sonríes?
– De lo curiosa que es la vida- le contesté rápido .
Ella me miró y me espetó con cierta ironía:
– ¿Por?- respiré. Tomé aire y comencé a decirla- Cuando acabamos de salir anduve como un lobo en celo buscando a alguien que me diera un hijo. Sí que me diera un hijo, era lo que más quería y sigo queriendo. Encontré a una persona y nos enamoramos hasta los huesos. Al poco tiempo, le apareció un cáncer y no pudimos tener hijos a no ser que ella dejara el tratamiento. Era tanto su amor, que me ofreció parar su tratamiento y tener ese hijo. Le dije que lo quería con ella y no sin ella. No es, de veras, una frase bonita, era lo que sentía. Ese cáncer nunca remitió, por el contrario a los cinco años se extendió y duró otros cinco. El animal nos venció. Te puedo decir que fui el hombre más feliz del mundo y que nunca nos separamos desde que nos conocimos. Íbamos juntos hasta al baño, no te digo más. Ella se fue un amanecer. Me enseñó a ser valiente ante la enfermedad, a nunca darme por vencido y a aceptar cuando llega el final sin lloros y con aplomo. Recuerdo que ella amó tanto la vida que enamoró a la muerte cuando la vino a buscar. Cuando murió estaba bellísima. Nunca había estado tan guapa. Nunca cerró los ojos ni si quiera cuando falleció. Se los quise cerrar, pero se negaba. Una amiga me dijo que era porque no quería dejar de mirarme.
– Al final fuiste feliz ¿no?
– No sé si lo fui o no. Sólo sé que no me cambiaría por nadie, que lo bueno lo viví con ella y que siempre la amaré. Seguro que conoceré a más mujeres y que también las amaré, pero no sé si tanto como a ella.
– Cuanto me alegro de ello. Eres una buena persona. Nunca tuviste mucha suerte. Al menos conociste lo que es amor del bueno. No te creas que muchos lo llegan a conocer.
Me quedé pensativo y recordé lo caprichoso del destino. Tenía que vivir esa vivencia y justo a esos años. Si no hubiera roto con mi ex lo hubiera vivido igual. Será verdad eso que dicen que lo que está para uno está sí o sí. Quién sabe si será verdad o no yo al menos puedo decir que lo que tenía para mí destinado la vida, tomara el camino que tomara, lo hubiera vivido.
Recuerdo a todos aquellos que durante años me dijeron que estaba enterrando mi juventud con una mujer enferma que la dejara y me buscara a otra. Sé que muchos lo han hecho, lo hacen y lo harán, pero yo ni si quiera lo pensé. Siempre escuché a mi corazón y nunca sentí que perdiera mis mejores años. Todo lo contrario aprendí que amar se escribe con a de alma, m de misterio, con a de agradecer y con r de renacer. Aprendí que todo esta dispuesto y que tú decides el camino, pero las vivencias que te corresponden no las puedes obviar. Las que te tocan, las has de vivir, sino en esta vida en la próxima. Nunca puedes dejar de vivir tu vida. También aprendí que lo más bonito que te puede pasar es que alguien te llegue a amar de verdad y cuando se muera te diga gracias por haber existido y por haber sido el amor de mi vida. Llegar a eso te hace sentir que fluyes como un río hacia la eterna inmensidad donde seguro volverás a reencontrarla.